quinta-feira, 20 de dezembro de 2012

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En una pequeña ciudad del interior, un agricultor muy pobre, padre de una docena de hijos, ya no sabía como darles lugar en la pequeña casa en que vivían. Sin saber como solucionar esa situación fue a conversar con el cura del pueblo, que tenía fama de buen consejero.

Después de oír el problema del agricultor, el cura le sugirió que comprara un chivo, y lo mantuviera dentro de la casa.

El hombre decidió poner en práctica el consejo, y compró un chivo.

 Lo llevó a la casa, y lo amarró en la sala. Al par de semanas, el olor que despedía el chivo ya era ya insoportable. La familia no aguantaba más el “perfume” natural del animalito, sumado al de las necesidades y restos de comida.

Sin ya saber lo que hacer, el agricultor volvió a conversar con el Padre. Al verlo, el cura preguntó si las cosas habían mejorado con el chivo dentro de la casa. Ante la respuesta negativa, le pidió que donara el chivo a la iglesia.

El domingo siguiente, a la salida de la misa, el cura le preguntó a la familia: 

-¿Y ahora mejoró la cosa?

La respuesta fue inmediata:

-Si Padre…mejoró muchísimo.
 

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Hace algún tiempo, perdí un buen  funcionario que se encuadraba en la situación descrita encima. Hay muchísimos casos similares que por detrás, siempre encontramos la falta de diálogo y la inflexibilidad de uno, o ambos lados.


Perdí un buen funcionario que aunque estaba lejos de la perfección, presentaba algunas características muy positivas: ético, íntegro, y una persona de bien.

Por el otro lado, él perdió –creo- un superior que lo respetaba, y que tuvo paciencia con relación a algunas fallas cometidas.

Pasó en uno de esos momentos en que los dos estábamos con la mecha muy cortita, y decidimos cantarnos nuestras verdades a calzón quitado. No me gustó. No le gustó. Como único camino en aquel momento, fue demitido.

Y la vida lógicamente continuó. Cada uno siguió su camino, y ambos conseguimos sustitutos.


Si bien dicen que las paralelas solo se encuentran en el infinito, tanto del lado de él como del mío, los dos aparentemente teníamos un chivo atado en medio de la sala. Ambos comenzamos a sentir “saudades” de cómo estaban las cosas antes.
Para las fiestas me vino a saludar. Quedé feliz, y le pregunté si consideraría volver a la empresa, ya que así yo podía sacar el chivo de mi sala. No me respondió, pero me dio a entender que él también está cansado del olor a pichí, que también está despidiendo su chivo atado.

No quedó nada acertado, pero creo que volveremos a trabajar juntos, y así podremos desamarrar los bichitos.



No creo que reciba para Navidad, presente mejor que esa visita.
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