En una
pequeña ciudad del interior, un agricultor muy pobre, padre de una docena de
hijos, ya no sabía como darles lugar en la pequeña casa en que vivían. Sin
saber como solucionar esa situación fue a conversar con el cura del pueblo, que
tenía fama de buen consejero.
Después de
oír el problema del agricultor, el cura le sugirió que comprara un chivo, y lo
mantuviera dentro de la casa.
El hombre
decidió poner en práctica el consejo, y compró un chivo.
Lo llevó a la casa, y lo amarró en la sala. Al
par de semanas, el olor que despedía el chivo ya era ya insoportable. La
familia no aguantaba más el “perfume” natural del animalito, sumado al de las
necesidades y restos de comida.
Sin ya saber
lo que hacer, el agricultor volvió a conversar con el Padre. Al verlo, el cura
preguntó si las cosas habían mejorado con el chivo dentro de la casa. Ante la
respuesta negativa, le pidió que donara el chivo a la iglesia.
El domingo
siguiente, a la salida de la misa, el cura le preguntó a la familia:
-¿Y ahora mejoró la cosa?
-¿Y ahora mejoró la cosa?
La respuesta
fue inmediata:
-Si
Padre…mejoró muchísimo.
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Hace algún tiempo, perdí un buen funcionario que se encuadraba en la situación
descrita encima. Hay muchísimos casos similares que por detrás, siempre encontramos
la falta de diálogo y la inflexibilidad de uno, o ambos lados.
Perdí un buen funcionario que aunque estaba lejos de la perfección, presentaba algunas características muy positivas: ético, íntegro, y una persona de bien.
Por el otro lado, él perdió –creo- un superior que lo
respetaba, y que tuvo paciencia con relación a algunas fallas cometidas.
Pasó en uno de esos momentos en que los dos estábamos con la
mecha muy cortita, y decidimos cantarnos nuestras verdades a calzón quitado. No
me gustó. No le gustó. Como único camino en aquel momento, fue demitido.
Y la vida lógicamente continuó. Cada uno siguió su camino, y
ambos conseguimos sustitutos.
Si bien dicen que las paralelas solo se encuentran en el infinito, tanto del lado de él como del mío, los dos aparentemente teníamos un chivo atado en medio de la sala. Ambos comenzamos a sentir “saudades” de cómo estaban las cosas antes.
Para las fiestas me vino a saludar. Quedé feliz, y le pregunté si consideraría volver a la empresa, ya que así yo podía sacar el chivo de mi sala. No me respondió, pero me dio a entender que él también está cansado del olor a pichí, que también está despidiendo su chivo atado.
No quedó nada acertado, pero creo que volveremos a trabajar
juntos, y así podremos desamarrar los bichitos.
No creo que reciba para Navidad, presente mejor que esa
visita.
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