quarta-feira, 11 de janeiro de 2012

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En el año 1598, navegando por el Océano Ìndico en dirección a Àfrica, carabelas portuguesas llegaron a las playas de una isla de origen volcánica, con poco más de 1.800 kilómetros cuadrados. Esa isla (hoy llamada Mauricio) estaba situada en el medio de la nada, a más de 1.000 kilómetros de la tierra más próxima, la isla de Madagascar.

Entre otras novedades, los portugueses encontraron una especie de ave desconocida, con características de comportamiento muy raras. Por eso, le pusieron de nombre “doido” (loco), que el portugués antiguo era “doudo”. Por esas cosas del tiempo y la fonética, en los compendios de ornitología, quedó como “Dodo”.

La primera cosa que sorprendió a los marineros, fue que el Dodo -al contrario de cualquier animal salvaje-, no huía cuando ellos se acercaban. A pesar de ser un ave, no volaba ni corría. Caminaba muy despacio, no subía a los árboles, y hacía su nido sin preocuparse por camuflarlo. La explicación era muy simple: no había depredadores en la isla.

Durante tantos milenios la isla Mauricio quedó aislada de todo, que el Dodo acabó transformándose en una criatura incapaz de percibir el peligro. Y aunque lo presintiese, no sabría como reaccionar ni como defenderse. Simplemente se quedaba parado. Sin sentir ningún recelo, mirando y esperando.
 

Los portugueses trajeron a la isla perros, puercos, y de las bodegas de los galeones desembarcaron las infaltables ratas. Todos estos animalitos descubrieron el banquete: no solo comida de sobra, sino esperando tranquilamente ser devorada, sin resistencia ninguna. Es claro que no faltó la colaboración del mayor de los depredadores, el hombre.
El resultado fue el obvio: en 1681, ya no existía un solo ejemplar de Dodo. Fue probablemente el único animal en la historia, que desapareció por ser totalmente inocente y menos agresivo que una mariposa.

Si Dios hubiera querido crear un mundo pacífico e ideal, nos tendría que haber creado a su fiel semejanza (me refiero al Dodo, lógico). Ese pájaro, hubiera sido el paradigma para el relacionamiento entre los humanos. Buenos, sin miedos, sin precisar atacar a nadie o huir de alguien.
 

Pero no fue así.
 

Se ve que el creador, quería que nos divirtiéramos (o divertirse él a nuestro costo, vaya Ud. a saber) y nos puso en ésta. Constantemente instados a ser más agresivos, más técnicos, más fríos, más pragmáticos. Mismo que para eso, tengamos que tomar decisiones que puedan herir los sentimientos de nuestros semejantes. Además de esto, tenemos que estar siempre alertas, o caso contrario, seremos presa fácil de los depredadores.
O nos adaptamos a las reglas de la selva –por más que la encontremos injustas- o seremos devorados por el sistema.
Es una lastima que como en la selva, los depredadores lleven ventaja.

¿Dónde quedó la inocencia?

Bueno...la palabra inocente viene del verbo latino “nocere” (machucar o lastimar). El inocente es el que no machuca a nadie, sin importar la presión o la situación.
El último en creer que la inocencia podía ser la forma más elevada de convivencia, fue el “dodo”. Y por actuar según sus convicciones... acabó extinto.

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Um comentário:

Anônimo disse...

Sentí pena por el Dodo.

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