..

Conrad Murray, el médico de cabecera del finado Michael Jackson, fue condenado ayer a 4 años de prisión por el delito de homicidio culposo.

Confieso que no sé si es culpado o no, pero si estoy segura que ya estaba condenado antes del juicio. 

Era necesario que la opinión pública mundial encontrara un culpable. Sería intolerable para los millares de fans del astro, que él hubiera muerto por su personalidad inadaptada a llevar una vida normal.

Él era un genio, pero sufría mucho con ese aislamiento del común de los mortales. Increíblemente uno de los mejores intérpretes de la música moderna, quería ser otra persona.

Hasta pecado suena decirlo, ya que nadie parece querer asumirlo, pero Michael Jackson era homosexual, pero la industria del espectáculo no permitió que él saliera del ropero, obligándolo a ser un eterno niño-ángel sin sexualidad.

Esto lo transformó en una especia de Peter Pan negro en su castillo del Neverland. Un Peter Pan que quería ser blanco, vitiligando su piel. Un Peter Pan que quería ser mujer, con la cara de Diana Ross, que se hizo esculpir en su rostro con muchísimas plásticas que lo desfiguraron.

La figura maravillosa que conquistó el mundo danzando y cantando, suplantó su yo real. En estos tiempos de liberación sexual, él fue uno de los pocos gays que no se declaró como tal.

Ahí Michael Jackson fue enloqueciendo como un pájaro genial, preso en su putez, solo negada por él y sus asesores.

Nos legó belleza y arte, pero se destruyó psicológicamente, en la desesperación de una fama que inhibía su deseo verdadero.

El médico fue el que pagó el pato.

Afuera quedó su padre, su empresario, los padres de los niños que los llevaban sabiendo lo que les pasaría a cambio de un “arreglo” millonario, sus asesores y montones de etcéteras.

La ley ha sido cumplida. La calma ha vuelto.

El brujo ya está en la hoguera.

.